Gijes era pastor del rey de Lidia. Después de una borrasca seguida de violentas sacudidas, la tierra se abrió en el paraje mismo donde pacían sus ganados; lleno de asombro a la vista de este suceso, bajó por aquella hendidura, y, entre otras cosas sorprendentes que se cuentan, vio un caballo de bronce, en cuyo vientre había abiertas unas pequeñas puertas, por las que asomó la cabeza para ver lo que había en las entrañas de este animal, y se encontró con un cadáver de talla superior a la humana. Este cadáver estaba desnudo, y sólo tenía en un dedo un anillo de oro. Gijes le cogió y se retiró. Posteriormente, habiéndose reunido los pastores en la forma acostumbrada al cabo de un mes, para dar razón al rey del estado de sus ganados, Gijes concurrió a esta asamblea llevando en el dedo su anillo, y se sentó entre los pastores. Sucedió, que habiéndose vuelto por casualidad la piedra preciosa de la sortija hacia el lado interior de la mano, en el momento Gijes se hizo invisible, de suerte que se habló de él como si estuviera ausente. Sorprendido de este prodigio, volvió la piedra hacia fuera, y en el acto se hizo visible. Habiendo observado esta virtud del anillo, quiso asegurarse con repetidas experiencias, y vio siempre que se hacía invisible cuando ponía la piedra por el lado interior, y visible cuando la colocaba por la parte de fuera. Seguro de su descubrimiento, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a dar cuenta al rey. Llega al palacio, corrompe a la reina, y con su auxilio se deshace del rey y se apodera del trono. (Extraído de La República de Platón)
¿Qué pasaría si encontrara un anillo como el de Gijes? ¿Seguiría mis principios, aún sabiendo que puedo obrar impunemente? Sólo sé, que teniendo esta sortija, conocería perfectamente de qué estoy hecha. Cuando nadie nos ve, es que somos quienes somos.